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Devocional | La Santidad de Dios

Devocional | La Santidad de Dios

Cuando hablamos de los atributos de Dios, pudiera ser que algunos sean más apreciados que otros, debido a algún beneficio personal que se derive de ellos. Apreciamos el amor de Dios, su gracia, su misericordia. Pero muy poco o casi nada, nos detenemos a pensar en el atributo de Dios que tiene preeminencia sobre todos los demás, Su Santidad. Dios es necesaria y esencialmente Santo. No encontramos en la escritura otro atributo que se mencione con tanta frecuencia y énfasis. (Isa 6:3; Apoc 4:8)

Se dice de Dios que el es Santo, santo, santo; pero no se dice que sea amor, amor, amor o bueno, bueno, bueno. A.W Pink dijo al respecto: A esta perfección divina se le da un énfasis especial. “Se llama santo a Dios más veces que todopoderoso, y se presenta esta parte de su dignidad más que ninguna otra. Esta cualidad va como calificativo junto a su nombre más que ninguna otra. Nunca se nos habla de Su poderoso nombre, o su sabio nombre, sino su grande nombre, y, sobre todo, su santo nombre. Este es su mayor titulo de honor; en está resalta toda la majestad y respetabilidad de su nombre.” Esta perfección, como ninguna otra, es celebrada ante el trono del cielo por los serafines que claman: “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos” (Isa. 6:3). 

Que Dios sea Santo significa que el Trasciende su creación, es decir que, Él está sobre su creación (Heb 3:4) y es completamente distinto a ella. Él no es como nosotros (Salmos 50:21, Números 23:19) y trasciende la corrupción moral del mundo. También su Santidad es descrita como la pureza y rectitud de su naturaleza (1 Juan 3:3, 2 Samuel 22:31). Dios no puede pecar, no se goza del pecado, y no tiene ninguna relación con el (Habacuc 1:13ª; 1 Juan 1:5; Rom 3:23). 

Su Santidad es el fundamento de todo lo que Él es y hace. Todos los demás atributos se derivan de este y les da gloria y armonía a todos ellos. Acerca de esta verdad podemos afirmar que Dios es Santo, pero nosotros no! … Estamos corrompidos por el pecado, y está es la razón por la que estamos por naturaleza separados de Dios (Rom. 3:23). El pecado destruyó la relación que existía entre Dios el hombre y trajo su ira e indignación hacia nosotros (Col 3:5-6). La Buena noticia del evangelio es que el Hijo de Dios vino al mundo para sufrir el castigo por nuestros pecados y quitar la ira de Dios del hombre (Rom 5:9-11), sufriéndola él mismo por nosotros, y así, por medio de su muerte traernos la paz con Dios (Rom. 5:11). Jesús nos limpia del pecado, y por medio de su Espíritu nos santifica para que vivamos apartados del pecado y consagrados para Dios. El apóstol Pedro nos exhorta a ser santos como Dios es Santo (1Ped 1:16) Por esto, volvámonos de nuestros pecados reconociendo que no podemos cumplir los estándares de Dios y confiemos en Cristo, quien es el medio y la provisión del Señor para salvarnos de su ira y la condenación (Romanos 6:23). Cristo es el único que puede llevarnos de regreso al Padre y transformarnos para vivir en pureza, santidad, obediencia y adoración. 

Cristo es el único que puede llevarnos de regreso al Padre y transformarnos para vivir en pureza, santidad, obediencia y adoración. 

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